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Mostrando entradas de abril, 2012

Ultra

Yamasaki me acompañó a la salida después de que todo terminara. Era extraño ir de la mano de un hombre tan mayor, de aquel anciano oriental; mis huellas dactilares no encontraban llanuras más allá de la cordillera de sus nudillos, tal era su nivel de arruga. Atravesamos tres cortinas muy espesas, igual que si hubiéramos permanecido encerrados en un bote de gelatina y por fin fuéramos capaces de sacar la cabeza por un lado, y luego el resto del cuerpo deshaciéndose a cámara lenta de un abrazo pegajoso. Era más sencillo para Yamasaki, que no medía mucho más de metro y medio; yo a cada milímetro pensaba que me iba a dejar allí alguna capa, y que mi pellejo permanecería pegado a cualquiera de aquellas mucosas para que lo recogiera el siguiente que pasase en dirección opuesta. Pero conseguí salir de una pieza las tres veces. Luego subimos y volvimos a bajar. Luego bajamos más y subimos por fin a la superficie. El viejo truco de hacer rebotar la luz hasta que se cansase de buscar la entrada ...